Esta crónica es contribución del Pepe, que se ha lanzado a contar su experiencia y la de César en el Gran Casino de Madrid de Torrelodones, jugando el torneo universitario. No tiene desperdicio.
Viernes 18 de abril, 19:00 horas, por fin llegó el día, el día en que dos “calamares”, César y un servidor, hacen su particular bautismo de póquer en el casino de Madrid, dentro de un torneo universitario que prometía, no por el nivel de los participantes, que sinceramente fue muy normalito, sino por la cuantía de los premios (4000 € para el vencedor, 2500 para el segundo y 1800 para el tercero) y por el nuevo escenario que se desplegaba ante nosotros, en el cual poder intentar nuestras conocidas “calamar plays”.
El torneo comenzó con retraso de 20 minutos, algo habitual si se tiene en cuenta que hubo de tramitarse 191 inscripciones en una hora y media, y la informática además no ayudó demasiado, y se desarrolló en un salón aparte de las salas principales del casino, dónde además de 3000 fichas iniciales y un croupier por mesa también se repartieron entre los jugadores refrescos, tentempiés y demás refrigerios espirituosos de precios desorbitados (5,5 € un perrito caliente, 7,5 € un bocadillo de lomo con tomate o 10 € una copa).
La guerra se libró en dos frentes distintos debido al sorteo de asientos. Por un lado la mesa 7, dónde César luchaba por dar el paso de infantil a secundaria jugando muy “tight” y viéndolas venir con “calls” de dudosa efectividad, desde el asiento 1, justo a la izquierda del croupier. Y por otro lado la mesa 6, en la que un servidor quería demostrarse a sí mismo que estaba listo para dar el paso a bachillerato sin tener que esperar a septiembre, desde el asiento 4 y en una mesa con mucho niño pijo sobrado de dinero pero falto de conocimientos y experiencia, algún que otro jugador maníaco (que ya tras la primera mano tuvo que agarrarse al salvavidas del reenganche para continuar en el torneo) y unos cuantos perros viejos del lugar, que asustaban más por sus gestos, miradas y comentarios que por la fuerza de sus cartas tras el “showdown”, aunque eso sí, mucho más habituados que el resto en jugarse sus excedentes monetarios en torneos de esta catadura.
En esto, el que escribe comenzó la primera ronda de ciegas catalogando a la vasca y jugando muy conservadoramente manos que en otros ambientes y compañía bien se hubieran merecido unos “raises” pre-flop o incluso algún que otro “re-raise”, cabe destacar un AJ y un AT multicolores así como un AT de tréboles y una pareja de dieces, que no dieron suculentos beneficios, pero que me sirvieron para ir desperezándome y empezar a perder el respeto a algunos de mis contrincantes. Ello se confirmó cuando la primera subida de ciegas se atisbaba ya en el horizonte, y un par de chanquetes subieron las ciegas con respectivos “raises”, yo con KJ de trébol no dudé en ver, desplegándose un flop con un “kiko y dos florecitas”. Los dos personajes de antes pasaron, y yo les metí un buen “raise” que sirviera de anzuelo para el posible e incipiente color, que no dudaron en ver. Efectivamente, la tercera flor salió, los dos chanquetes pasaron, yo me lamenté de que ninguno hubiera intentado el farol de color contra mi, y también decidí pasar con la esperanza de rasparles unas cuantas fichas más en el river y con la seguridad de que no peligraba mi mano. Carta insustancial en el river, que desembocó en otros dos nuevos “check”, subidita floja del “Naipes” que consiguió tirar a uno de los rivales y suficiente para ganar al otro e incrementar mi “stack” a las 6000 fichas, el doble que las iniciales, y que a la postre sería el máximo que alcanzase.
Del resto de manos cabe destacar una pareja de ases, con la que sólo obtuve las ciegas de la mesa y el “raise” de un tercer jugador, ya que la avaricia hizo aparición en mí personalizándose en un “re-raise” demasiado elevado que hizo sospechar y a la postre recular a mi rival (fold). Y una pareja de señoritas con la que me llevé un bote modesto tras hacer la correspondiente subidita en el pre-flop y la subsiguiente apuesta fuerte en el turn, concediendo entre medias una “free card” en el flop, que diera la imagen de que estaba haciendo la del calamar (funcionó).
A partir de aquí, nada reseñable. Las cartas dejaron de entrar, el respeto por la mesa y el entorno desapareció y la impaciencia por ver como otros rivales hacían de sus “stacks” pequeños “manhattans”, me hicieron comenzar a ver flops demasiado caros con cartas de dudoso valor ( Q8, J7, A5, K9, etc, y todo de diferente palo), que en lo único que desembocó fue en una particular “nit de la cremá”, donde mis fichas ardían cual “ninots” valencianos. Todo ello acabó como no podía ser de otra forma en un “all-in” fruto de la desesperación cuando en el flop un servidor tenía “draw” a color con Q10 de picas, otros dos personajes hicieron “call”, la quinta pica no salió y tuve que levantarme de la mesa a falta de dos manos para el descanso del “add-on”, con un aplauso por parte de mis contrincantes y con la amarga sensación de que podía haber hecho más, pero mi tiempo, así como mi “bankroll” se habían agotado.
Turno de ir a echar un vistazo a César. El “niño del porro” tuvo inicialmente más suerte que yo; primero por encontrarse en una mesa más movidita que me recordó a la ya célebre “mesa veneno” del “torneo calamarplay”, y segundo por saber manejar mejor las primeras manos, sacando beneficio de la prudencia e indecisión con las que siempre se juegan los primeros momentos de un torneo. Con esas se plantó en el descanso con unas 8000 fichas, que crecieron a 11000 con el obligado “add-on”, pero a partir de aquí nasti de plasti. No sabemos si fue el perrito caliente que se cenó, el robo a mano armada que represento el pagarlo (5,5 €), el porrito que nos fumamos en el parking o un alineamiento de Júpiter con la galaxia de Andrómeda, pero lo cierto es que algo cambio en la mente de César, y aunque yo le prevenía advirtiéndole que lo único que iba a conseguir jugando manos tan mediocres como A3, A4, A7, K7 (todo ello encima multicolor) etc, era un suicidio por adelantado, él se empeñaba en llevarnos la contraria a mi y a la probabilidad matemática.
Craso error. Acabó cometiendo los mismos fallos que aquí un humilde servidor, quemando las fichas y yendo demasiado lejos con manos que no valdrían ni para jugar al cinquillo o al julepe. Y encima como remate final se juega un “all-in” desesperado en el pre-flop con KJ multicolor, habiéndole tocado a otro personajillo de la mesa pareja de ases. Nada salió en las comunitarias, César acabó con carta alta K y “American Airlines” hizo bien su trabajo transportándonos hacia tierras toledanas con más pena que gloria pero con la satisfacción de haber tuteado a los mejores y de haber estado sentados en la cumbre del póquer: el Casino Gran Madrid de Torrelodones…amigos más no se puede pedir. Como dijo cierto personaje de este país: “Buenas noches y buena suerte”.